9 nov 2010

El arte de Tola Invernizzi.


Por Mario Levrero.

No tengo derecho a hablar de la obra pictórica del Tola. La última vez que recorrí una exposición de sus cuadros fue hace treinta años, y en bicicleta. Sólo recuerdo que los cuadros eran de gran tamaño y que me divertí como nunca en una exposición.
Creo que los cuadros los hace muy grandes para tratar de que se vean, de otro modo se lo ve solo a él, y no solo por la estatura física.  La obra maestra del Tola invernizzi se llama Tola Invernizzi. Eso es algo que él no quiere oir; quiere que sus cuadros sean mejores que él.
Se enteraron de que iba a pasar una temporada en Piriápolis y me advirtieron: Si te sentís enfermos no lames al médico, llamá al Tola Invernizzi, Si tu casa se prende fuego no llames a los bomberos, llamá al Tola Invernizzi.
Después pude comprobar que el consejo no había sido en broma; así funcionaban las cosas en Piriápolis.
En aquel tiempo el Tola estaba en el apogeo de su tutela sobre el pueblo, pero no hay que imaginar un caudillo ni un líder; el Tola no arreaba a nadie, sino que pasaba el día dando de si mismo y de sus cosas a todo el mundo, sin vacilar, sin hacer distingos, sin ninguna finalidad ulterior: solo un ejercicio de su toledad.
También en “aquel tiempo” era de mal gusto llamar a la puerta de la casa del tola. Si la puerta estaba cerrada seguro era invierno, y un invierno  muy frío, por lo demás, la puerta estaba siempre abierta y sólo había que entrar y esperar a que Tola se desocupara del problema ajeno que estaba atendiendo.

Vamos por la calle. Se acerca un hombre y le pide dinero. El Tola hecha mano a un bolsillo, y después a otros, y los va encontrando vacíos. “Esta vez va a tener que decir que no”, pienso, y trato de imaginármelo, negándole algo a alguien.
Pero esa posibilidad ni siquiera se le debe haber cruzado por un instante en la mente; con toda naturalidad, cuando llega al último bolsillo, se da vuelta y me ordena: -Dame cinco pesos-.
Casualmente, yo los tengo. Y si no los tenía, aparecieron en mi bolsillo como en la historia jasídica, ante la orden del maestro. Cambian inmediatamente de dueño. Por un rato me siento generoso.
Tola, ¿por qué pierde el tiempo con esa miserable? Durante más de una hora él había estado explicándole a una vieja avara cómo podía hacer para sacar  mejor provecho de una casa que alquilaba. –Ella cree que necesita- explicó.
“Me lo dijo el Tola” se oye siempre entre signos de admiración, como garnatía de una fuente que no puede ponerse en duda.
¿Ya volviste? ¿Cómo te fue?
-Bien, bien- respondo extrañado, volvía como siempre, de Piriápolis, y no entendía ese recibimiento especial, ansioso. –Pero contá cómo te fue…
Después de un rato de no entender nada, me entero de que ese conocido que me acosaba a preguntas creía que yo me había ido al Brasil, con un circo, como trapecista.
¿Pero de donde sacaste ese disparate?
-Me lo dijo el Tola- responde el otro, con tono medio ofendido, todavía mirándome con desconfianza, como por si por alguna razón misteriosa y egoísta no quisiera contarle la verdad.

¿Existiría el Tola como es, si no existiera su mujer?  Es muy probable que el Tola sea la parte mas visible y llamativa de un fenómeno mucho mas complejo, y que, para ser justos, cuando se habla del tola haya que tener presente en todo momento también a Milka.

Por ahí debo tener una cantidad de dibujitos maravillosos, a lápiz, bolígrafo o cualquier cosa, que el Tola abandonaba, distraído. Había uno en especial que me fascinaba, y lo hice encuadrar.
Un día apareció Tola por casa, en una de sus raras visitas, y como el cuadrito era muy visible tuve que confesar que me lo había apropiado. Se acercó al dibujo, se puso los anteojos y lo estuvo mirando atentamente, durante varios minutos. Después, con la precisa entonación que suele corresponderse con “que dulce” o “que hermoso”, una entonación llena de piadosa bondad, se sacó los anteojos y dijo: Que pelotudo.
No se si lo dijo por mi o por él, pero estoy casi seguro que para él en ese momento yo no existía. Creo que se quedó sorprendido y extasiado ante una obrita maestra que no recordaba y que tal vez i siquiera supiera había pasado por su conciencia.

Me he permitido discrepar, mas de na vez, con esa forma ideológica de encarar la pintura, con esa forma de no permitirse mostrar todo lo que se sabe, todo lo que se puede, con esa forma de negarse a expresar lo bello porque sí. Él suele negar validez a todo lo que no sea conciencia, mensaje lúcido; esto en la pintura o, mas expresamente en su propia pintura; con otras artes, o con otras personas, es más tolerante.
Ciertamente, tiene sus razones. No sé cómo, esas discusiones, o conversaciones, derivaban en fórmulas extrañas:
-No tenés que cruzar con la luz roja; sólo con la verde. Y si estás en contra de las luces, tenés que luchar hasta que consigas terminar con todos los semáforos. Si un semáforo está descompuesto y la luz roja está siempre encendida, tenés que quedarte parado allí y esperar que cambie, aunque te mueras de viejo.

Las malas lenguas dicen que el tola besa a las viejas horribles para poder besar también a las chiquilinas bellas; lo cierto es que jamás ha dejado de piropear a una mujer, cualquiera fuera su edad, su estado civil y su condición social, y yo he visto con esto ojos a mujeres feas resplandecer por un instante de belleza a influjo de esas palabras mágicas.

No dijo nada durante más de una semana, como si no se hubiera dado cuenta de la horrible depresión que yo tenía. Después, me encontró como por casualidad sentado en un banco de la rambla y se sentó cerca. No preguntó que me pasaba; él lo sabía, porque algo que todavía no dije es que en muy pocos seres he encontrado una asociación similar de inteligencia e intuición, tanto como para que parezca magia. Y seguramente nunca asociadas a tanta generosidad. No preguntó nada, entonces, y empezó a hablar. Me acuerdo que citó a Borges, más precisamente El Aleph (probablemente una cita inventada por él en ese momento), y de alguna manera misteriosa me dio una misteriosa absolución y se llevó mi depresión sobre sus altos hombros.

Además el Tola es un gran pintor.


Información extraída del catálogo de la exposición retrospectiva hecha en el Museo Municipal de Bellas Artes Juan Manuel Blanes en 1996.

2 comentarios:

  1. [“Me lo dijo el Tola” se olle siempre entre signos de admiración..."] Buenísimo lo de Levrero (lo conocí y lo traté) pero dudo que hubiera escrito "olle", por "oye". Revisar ortografía! No es que sea malvada, las faltas de ortografía tienen la mala costumbre de saltar y pegarme.

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    1. A mi también! Detesto las faltas y no sé como pude escribir eso así (ya lo arreglé). Por suerte siempre hay amigos que ayudan a evitar papelones. Gracias Daisy!

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