16 mar 2012

Acuarelas.


Hace un par de años, cuando fui a Buenos Aires a visitar a Maju en su apartmentito de la calle Gascón, conocí a Liniers. No en persona, sino a través de los libritos de Macanudo que Maju me presentó como un tesoro. Quedé inmediatamente encandilado, encantado, enamorado. En mi libretita de viajes anoté: Hoy conocí a Liniers, mi vida ha dado un salto cualitativo (hacia adelante). Lo bueno de estos tesoros es que no se agotan. Ahora tengo mis propios libritos y la posibilidad de leerlo siempre que quiera en  su sitio, o en su página de Facebook. Después de mirarlos infinitas veces, un día que logré apartarme un poco del estado de encantamiento que provocan estos libritos, me acordé que hace siglos, cuando yo tenía entre 18 y 20 años y trabajaba en una agencia de publicidad como dibujante, había logrado un dominio bien interesante de la acuarela. Claro, dibujaba cualquier cosa que me pidieran y a toda velocidad, a un ritmo mínimo de 8 horas por día de lunes a viernes. Así cualquiera. Y fue entonces que me propuse retomar la práctica de la acuarela. Tampoco es que las hubiese abandonado, pero lo cierto es que lo hacía muy eventualmente, y así, uno no se supera. Así que para homenajear los 50 años que cumplo en pocos días, me autoregalé flor de caja de acuarelas Windsor & Newton y unos buenos pinceles. Después, en el taller, me armé la "mesa donde hacer acuarelas en forma permanente" que quedó preciosa. Y me propuse a partir de ahora, estar pintando siempre una acuarela. Pinto una capa, una zona, dos..., dejo secar, miro, pienso, dudo, especulo, me decido, vuelvo a pintar y así por los días de los días. Para cuando venga la huesuda creo que voy a haber aprendido bastante. Esta obrita es la misma que estoy pintando al óleo en una tela de 1,20 x 1,20 y ya me ha dejado muchas pistas, y lo que es mejor, muchas ganas de seguir y seguir.

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